viernes, 13 de enero de 2017

SALVEMOS EL CAÑAZO




¿En qué momento se jodió el cañazo? ¿Dónde se consigue el mejor? ¿Qué cocteles se pueden hacer con él? Muchas preguntas surgen alrededor de este destilado, cuya realidad nos recuerda a la de un enfermo agonizante. ¿Cuál será el futuro del cañazo?

No es cuestión de si se puede o no rescatar. Es un deber. Estoy seguro de que el 90% de las personas que están leyendo este artículo no dudan en levantar la ceja si alguien les ofrece una copa de cañazo. Solo los curiosos, borrachos, locos, ignorantes, pobres o valientes –hay, claro, quienes reúnen más de uno de estos atributos– se animan a beber un trago de este aguardiente. Y pensar que se trata – aunque no haya encontrado estadísticas que lo sustenten– del espirituoso de mayor consumo en nuestro país, por encima del pisco, sin duda. Pero sabemos tan poco sobre él. De vez en cuando nos enteramos por la prensa de cómo varios asistentes a una fiesta patronal terminaron intoxicados, envenenados e incluso ciegos por consumir un cañazo adulterado o mal hecho. Las cosas tienen que cambiar.

El origen de este destilado se remonta a la época de la Colonia, con la llegada de la caña de azúcar al Perú. Ya en el siglo XVI, Garcilaso de la Vega mencionaba la presencia de trapiches en Huánuco, una de las regiones donde aún se mantiene como una bebida popular. Allá la llaman shacta, debido al nombre científico de la variedad que cultivan: Saccharum Officinarum. Tal es su arraigo en esta región, que el 6 de julio pasado fue nombrada Patrimonio Cultural de la Nación.

Lo cierto es que el cañazo se consume en todo el Perú, principalmente en las zonas rurales, desde Piura hasta Arequipa, pasando por Cusco y  Ayacucho, y adentrándose en la selva. En cada región, sin embargo, recibe un nombre distinto: cañazo, llonque, huarapo, caña, shacta. No hay fiesta patronal o ritual agrario donde no se consuma cañazo. ¡El asunto es que se desconoce si hay o ha habido una norma que regule su producción! Y eso ha llevado a que los procesos de producción sean no solo errados, sino con resultados dañinos, incluso letales. La mala fama de este destilado tradicional se remonta a tiempos coloniales también, así que la historia no es nueva. Me recuerda mucho a lo que pasó con el gin en el Londres isabelino, antes de que su elaboración fuera regulada por la corona británica.

En Youtube circula un video sobre El Wharapo, una suerte de recreo campestre ubicado en Chontabamba (Oxapampa), donde se produce y vende aguardiente de caña y warapo (jugo de caña fermentado). El dueño del local cuenta cómo hace unos 60 años existían en la zona decenas de trapiches, muchos de ellos productores de aguardiente –una costumbre llevada por los colonos alemanes–, pero todos sucumbieron con la instauración de un impuesto creado durante el gobierno de Prado Ugarteche. De hecho, es posible encontrar en otras regiones –Huancavelica, Apurímac, Cusco y Arequipa– productores de aguardiente de caña “formales”, similares al Wharapo. Sin embargo, la mayor parte de la producción se hace bajo condiciones deficientes, sin ningún tipo de control sanitario.




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